Tom Petty: El rey de la colina

«Mi padre era Jerry Lee Lewis sin tocar el piano»



[Ricardo Portmán] @ecosdelvinilo

El próximo 29 de julio saldrá a la venta el nuevo disco de Tom Petty y sus Heartbreakers llamado Hypnotic Eye. Ante tal noticia (siempre es noticia que Petty saque nuevo material) no hacemos sino frotarnos las manos. Ya le adelantó al gran David Fricke detalles de lo que se avecina y es por ello que queremos ir caldeando el ambiente recordando una entrevista que el mismo Fricke le realizó para la Rolling Stone Magazine en febrero de 2010. Vale la pena traerla de vuelta por su contenido personal (el músico nos hablaba de su orígenes y dramas familiares) como musical. Da gusto leerle y más oírle. Tom Petty siempre será el rey de la colina.



Por David Fricke / Rolling Stone: “Es raro decir esto en voz alta, pero yo me sentía destinado a esto”, dice Tom Petty en su arenoso barítono con un lento y arrastrado acento sureño. “Desde una edad muy temprana sentía que esto me iba a ocurrir”. El cantante, guitarrista y líder de Tom Petty and the Heartbreakers está sentado en el pequeño salón de la casa de invitados de su casa en Malibú, California, situada sobre una colina a la que sólo le separa una carretera del océano Pacífico. Las paredes están decoradas con carteles de conciertos de los Heartbreakers y, cerca de la puerta, hay un dibujo a carboncillo del amigo de Petty, Bob Dylan. Dos cuartos más allá, Petty tiene un estudio perfectamente equipado donde ha hecho gran parte del trabajo de The Live Anthology, una colección de varios CD con actuaciones de Petty and the Heartbreakers en las últimas tres décadas de giras. “Fui afortunado: he tenido contrato discográfico desde los 23 años”, continúa Petty, entre sorbos de café. “No ha sido mucho dinero, pero sí suficiente para vivir. Si no hubiera tenido qué comer o dónde dormir quizá hubiera vuelto”, dice refiriéndose a su ciudad, Gainesville, Florida, que abandonó por Los Ángeles, para siempre, en 1973. “Pero no hubiera dejado de intentarlo”.
The Live Anthology captura esa ambición, y también el rock clásico de raíces de Petty, en su totalidad, con chispeantes versiones de canciones famosas como Refugee y Breakdown, al lado de versiones exuberantes de Bo Diddley, Them y los Zombies. Es además un monumento a la empatía y devoción de los Heartbreakers, especialmente al guitarrista Mike Campbell y el teclista Benmont Tech, oriundos de Gainesville que han estado con Petty desde principios de los 70, cuando todos formaban parte del grupo de garage hippie Mudcrutch.
Pese a su envergadura, The Live Anthology incluye sólo una parte de la extraordinaria vida rockandrolera de Petty, que revela con íntimo detalle durante dos días de entrevistas en su casa y en la sala de ensayo de los Heartbreakers, un almacén en el valle de San Fernando de Los Ángeles. Petty, que cumplió 59 años el pasado 20 de octubre, es tan viejo como el propio rock & roll, y por el camino se ha cruzado con sus locomotoras, desde su encuentro, de niño, en 1961, con Elvis Presley  (en el plató de Florida de la película Follow that Dream) a sus colaboraciones en los 80 y 90 con Bob Dylan, George Harrison y Johnny Cash, entre otros. Dos de los discos más vendidos de Petty son los álbumes de 1988 y 1990 con los Traveling Wilburys, el supergrupo informal que armó con Harrison, Dylan, Roy Orbison y Jeff Lynne.
Petty sabe que ha sido único y afortunado al poder hacer música con sus ídolos. “Estoy orgulloso de no haberme comportado como un imbécil en el proceso”, dice, riéndose. Luego anda hacia la consola de su estudio y pone temas de su próximo álbum con los Heartbreakers. Lo están grabando en ese almacén, tocándolo todo en directo, y Petty enseña ávidamente los primeros resultados, incluyendo la carga de R&B eléctrico de Jefferson Jericho Blues y First Flash of Freedom, una tormenta psicodélica de ruidos metálicos y armonías de guitarras que muerden.
“Nunca he visto otro grupo y he pensado: ‘Uau, me gustaría estar en esa banda”, dice Petty firmemente. “Siempre he creído que estaba en el mejor grupo. Y aún lo pienso”.

¿Qué has aprendido sobre ti mismo como compositor en esta caja de directo?
Me soprendió lo duraderas que son las canciones. Soy bastante duro conmigo mismo, en eso de darme palmaditas en la espalda. Me pongo nervioso, incluso hoy, cuando le llevo una canción a la banda. Son duros. Usan toda la gama, empezando por estar muy callados, no decir nada. Eso me vuelve loco: “Bueno, ¿qué os parece?”. Benmont puede atacar. En este nuevo álbum, la tomó conmigo un día. Estaba intentando mostrarles una canción, básicamente un blues de 12 compases con unos pocos cambios. Me dijo: ‘¿Qué coño? ¡Tú eres mejor que esto!”.
¿Qué canciones han adorado -u odiado- a primera vista?
A todos les gustó Refugee [del disco de 1979 Damn the Torpedoes]. Les gustó Spike [de Southern Accents, 1985]. No les gustó nada de [el álbum en solitario de Petty de 1989] Full Moon Fever – “ellos” significa todos menos Mike. Recuerdo que [el bajista] Howie Epstein vino a las sesiones. Estaba tocando Free Fallin’, y me dijo: ‘No me gusta esa canción”. Yo dije: “Si no te gusta no tienes por qué tocarla”. “OK, no lo haré. Adiós”. Eso no hubiera funcionado en un disco de los Heartbreakers. A Benmont no le gustaba I Won’t Back Down cuando la escuchó por primera vez. Y no entendieron [al co-productor] Jeff Lynne.
Pero son mis hermanos. Me llegaron sin buscarlo, pero han sido mi familia -la única familia de verdad que he tenido. Busco que aprueben las canciones. Cuando me sueltan un “buena canción”, me alegran el día.
¿Cómo describirías tu estilo de liderazgo?
Sé cuál es el objetivo, lo que debemos conseguir, y con eso tienes ya mucho conseguido. Todo el mundo me dice que soy un enfermo del control. Quizá lo sea. Porque me doy cuenta de todos los detalles. Es una característica que desarrollé al tener esta enorme responsabilidad sobre mis espaldas. Si no estaban ganando suficiente dinero no iban a Tony [Dimitriades, manager desde hace mucho tiempo]. Venían a mí.
Pero soy afortunado, porque son ridiculamente buenos. Tienen una habilidad natural para la música, y confío mucho en ellos. Como Mike: nunca ha habido un sólo momento en el que no me haya dado más de lo que yo le pedía. Incluso fue el técnico de Full Moon Fever, porque no había nadie más.
¿Cómo has cambiado? En un DVD de la edición deluxe cantas ‘Fooled Again (I Don’t Like It)’ en un concierto de 1979 y pareces cabreado.
Quizá lo estuviera. Tenía un lado explosivo. No era fácil que explotara. Pero cuando ocurría perdía los papeles de verdad. He aprendido a controlar eso. Pero tuve una infancia dura y soporté muchos malos tratos. Esa furia estaba dentro de mí, y cuando salía no sabía cómo controlarla. Pero podía desfogarme a través de la música. 
¿Cómo fue tu infancia?
Tuve una madre maravillosa. Era muy cariñosa, una buena persona. Mi padre era Jerry Lee Lewis sin tocar el piano. Era aterrador y violento. Me daba unas palizas de espanto y había un abuso verbal constante. Mirando hacia atrás, es probable que estuviera decepcionado de que me atrajeran las artes. Probablemente pensara que yo era gay. No me interesaban los deportes. No sabía nombres de jugadores de béisbol. Me gustaban las películas, los libros y los discos. A él le gustaba cazar y pescar. Me arrastraba a esos viajes y era una pesadilla. Dispararle a algo me repelía. Mi hermano más pequeño se hizo jugador de fútbol americano inmediatamente. No quería la misma mierda. 
En la música, ahí yo estaba libre. Era lo mío. Me rescató del todo.

¿Era muy difícil ser un rockero melenudo en la Florida de principios y mediados de los 60? Odio usar la palabra “redneck” [paleto]…

Está lleno de paletos, no hay duda. Gainesville no es Miami. No hay palmeras. Es el sur de Georgia. Había muchos grupos, porque había muchos lugares donde tocar: las fraternidades, los clubs para chavales universitarios, los bailes adolescentes. Tenías que ser bueno. Te echaban a patadas si no lo eras. Mi padre tenía una tienda de ultramarinos en la parte negra de la ciudad. Se arruinó y esa tienda se convirtió en un nightclub negro llamado Mom’s Kitchen. Tenían grupos buenísimos.

Pero me daban mucho por saco por el pelo largo, me amenazaban todo el tiempo. Recuerdo estar conduciendo en la interestatal, parando en bares de camioneros. Entrábamos todo el grupo y el lugar entero se reía. Algunos directamente no te servían: “Os tenéis que ir”. Una vez, nuestra furgoneta se estropeó. La empujamos hasta una gasolinera, y nos hicieron sacarla de allí, por nuestras pintas. Te servía para ver por lo que pasaba la gente negra. No era ni mucho menos tan severo, pero te hacía simpatizar inmediatamente.
Dejaste el instituto para irte de gira, pero luego volviste a graduarte. ¿Porqué te molestaste?
La mierda que tuve que aguantar… Había probablemente cuatro o cinco tíos en todo Gainesville con el pelo largo en 1964. Me echaron del instituto muchísimas veces, diciéndome que me cortara el pelo antes si quería volver, todo ese furor si el pelo te cubría las orejas un poco o estaba un poco poblado por atrás.
No fue mi elección abandonar el instituto. Yo salía con tíos mayores, y me saltaba el colegio para tocar con ellos. Fui perdiendo más y más clases y al final me pillaron. Pero volví. Pensaba que iba a ser un verdadero zoquete si no acababa al menos el instituto. No quería ser uno de esos tíos estúpidos.
¿Cuál fue el primer gran concierto que viste?
El primer concierto al que fui fue en 1965. Yo estaba en un grupillo, The Sundowners, y la madre del batería nos llevó a una actuación en Jacksonville, a unos 100 kilómetros. Deja que te diga el cartel, era increíble. Comenzaba con los Premiers, que hacían Farmer John. Luego salían Del Shannon y Lesley Gore, ambos acompañados de los Premiers. Luego las Shangri-Las… [La cantante] Mary Weiss era la rubia más sexy… Y Sam the Sham and the Pharaohs subían al escenario con Wooly Bully y sus turbantes.
Hubo un intermedio, salieron los Zombies y me frieron el cerebro. El cantante, Colin Blunstone, tenía una voz tan etérea… era espeluznante. Después de ellos, los Searchers. Tenían esas voces que sonaban tan bien, y la guitarra de 12 cuerdas. Y después subieron los Beach Boys: todo en un concierto. Más tarde me enteré de que Mike Campbell estuvo también allí. Trabajaba en Jacksonville y era su primer concierto.
También los Allman Brothers y Lynyrd Skynyrd eran de Florida. ¿Cómo no te dio por el rock sureño?
Gregg y Duane Allman fueron una de las primeras bandas en directo que vi, cuando se llamaban los Escorts, haciendo canciones de los Beatles y llevando chaquetas sin cuello. Después fui a un baile en Saint Petersbourg cuando ya eran la Allman Brothers Band. El primer disco aún no había salido. Y fue increíble. Lynyrd Skynyrd tocaron con nosotros, en los días de Mudcrutch. Yo les veía más como a un grupo de heavy-rock inglés.
Nos pusimos en contra de ello. Todo el mundo quería ser los Allman Brothers de repente. Dijimos: “Vamos a escribir canciones más cortas”. Incluso fuimos a Macon, Georgia, a Capricorn Records [el sello que editaba a los Allman Brothers], y les llevamos una cinta. Nos dijeron que sonaba demasiado inglés. Eso me confirmó que debíamos irnos a Los Ángeles. Nadie lo iba a pillar aquí. Lo divertido es que el álbum que estamos haciendo ahora suena a los Allman Brothers en algunos aspectos. Es música más basada en el blues, más de improvisación.
¿Cómo describirías el sonido de los Heartbreakers?
Somos un grupo de garage. Y entonces los grupos de garage eran algo divertido, porque era cómo que tocabas blues- y no lo tocabas. Estabas tocando blues de alguna manera, porque versioneabas a los Rolling Stones y a los Animals. Cuando fuimos creciendo seguimos la pista de los nombres que salían en esos discos, como Jimmy Reid. Los Byrds y el country eran también parte de eso, el gran espectro que se mezcló con el pop en los 60. Ahora que somos capaces de tocar toda esa música sin que resulte sonrojante somos buenos músicos. Sin intentarlo realmente, aprendimos muchos estilos diferentes de música, casi siempre a través de los ingleses.
Los Heartbreakers y tú pasasteis un par de años, a finales de los 70, como teloneros constantes. ¿Cómo era estar en lo más profundo del cartel cada noche?
Nos mandaban con quien fuera que pasara. Recuerdo estar de gira con los Kinks, y lo siguiente es que estamos tocando con Journey. Unos días después de eso tocábamos con la J. Geils Band. Después, tal vez en el próximo concierto Edgar Winter era el cabeza de cartel, nosotros los terceros y J. Geils en el medio. A veces no sabíamos con quien actuábamos hasta que llegábamos a los sitios. Fuimos a un bolo en Chicago, en un club de jazz y estábamos con Tom Scott and the L.A. Express. Teníamos unos amplificadores Vox, salimos y alguien gritó: “¿Estos quiénes son, los Monkees?”. Eso no sentó bien.
Una noche con los Doobie Brothers, en Wheeling, Virginia Occidental, fue particularmente mala. Debíamos conformarnos con lo que nos daban de espacio en el escenario y monitores. Yo estaba muy cabreado. Tocamos y volvimos al hotel. Convoqué una reunión y dije: ‘”No vamos a telonear ya más. Vamos a tocar para los que vengan a vernos”.
Por aquel entonces debió de ser cuando os vi en un centro comercial de Delaware.
Eso no era raro. Tenías que trabajar para ganarte a la gente. Necesitamos muchos viajes a Kansas City y Chicago. Hicimos un concierto con Elvis Costello muy al principio. Aún nos reímos de ello cuando nos vemos. Éramos Elvis Costello and the Attractions y nosotros, en un teatro para 1.200 personas, por un dólar. Y no llenamos.
De alguna manera tú tuviste una de las últimas grandes educaciones rockeras. ‘The Last DJ’ [2002] es tu elegía a una era que viviste de primera mano y mucha gente ahora sólo puede imaginar.
Eso es algo en lo que pienso mucho. Durante gran parte de mi vida me tomé el rock & roll como algo muy serio. Me pregunto si la gente entiende lo que eso significa. Era un periodo de renacimiento, con muchos artistas haciendo un gran trabajo. Pero se daba por hecho que eso iba  a seguir y seguir. Fue triste ver cómo el rock & roll se disparaba a sí mismo en el pie.
¿Cuándo ocurrió eso? ¿Tienes una fecha específica?
Se trata de la avaricia. Cuando la gente se dio cuenta de que se podían hacer fortunas con estas cosas, todo cambió. La radio, por ejemplo. Las playlists se redujeron a lo seguro, lo que inhibió la creatividad. Recuerdo alucinar, a mediados de los 80. Tenía alguna canción que me parecía fantástica, y la compañía de discos me dijo: ‘Sólo quieren canciones rápidas con una parte de guitarra a la mitad”. Me quedé sin habla: ‘Oh, así que da igual lo que yo haga’.
Probablemente tenías lista una canción rápida con una parte de guitarra.
Sí. Pero no era la que yo consideraba la mejor. Y luego la MTV… pude ver al instante que iba a excluir a cualquiera que no fuera lo suficientemente listo como para hacer un vídeo y parecer atractivo en él. Me adapté. Pero el público empezó a cambiar. Vi como a la gente le daban mierda para comer y estaban contentos con ello.
Hablemos de los éxitos. ¿Hubo una ‘American Girl’ real?
No hay una chica específica. La escribí muy rápido. Estaba viviendo en un apartamento [en Los Ángeles], y sólo había una autovía detrás. La primera parte de la letra me llegó con todos esos coches pasando, sonaban como olas estrellándose en la playa. Uní eso a la carretera 441, la principal que atravesaba Gainesville [“Yeah, she could hear the cars roll by/Out on 441 like wavescrashin’ on the beach”]. Estaba imaginando a una chica como las que conocí en Gainesville, el tipo de chica que sabe que hay algo más ahí fuera que lo que le han repartido en sus cartas.
¿Qué te sale antes, las letras o la música?
He escrito canciones de todas las maneras, pero las mejores son las que te llega la letra y la melodía al mismo tiempo. En American Girl estoy seguro que mientras hacía los acordes las palabras encajaron. Even the Losers [en Damn the Torpedoes, de 1979] tiene una historia asombrosa. Tenía escrito todo menos el estribillo. Cada vez que llegaba hasta él me quedaba en blanco. Así de atrevido era, que dije: ‘Vamos a grabar la canción; ya me saldrán esas palabras después”. En la primera pasada, estas fueron las palabras que salieron: ‘Even the losers/Get lucky sometime’. Cayeron de mi boca, un ejemplo perfecto de cómo trabajar hacia atrás para conseguir lo correcto.
‘I Won’t Back Down’, de ‘Full Moon Fever’, es más un mantra que una canción.
Eso me quitaba las ganas un poco cuando la escribí. Es tan desnuda, sin ninguna ambigüedad. No hay nada más que la verdad. Había otra historia en juego, sin embargo. Alguien había tratado de matarme, con el incendio de mi casa [en 1987 alguien prendió fuego a la casa de Petty en Encino, California]. Me lo tomé como algo personal. Sobrevivir a algo así te hace sentir vivo.
Esa era mi actitud: Sobreviviré, seguiré adelante. Lo vomité. Cambié una cosa. Había un verso en el que decía: “Estoy en el filo del mundo”. Cuando lo grabamos, George Harrison estaba presente. Toca y canta en ese tema. Y me dijo: ‘Tom, ¡qué coño es eso de estar en el filo del mundo?’. Dije: ‘Oh, me han pillado’. 
Un Beatle, además.
Le dije, ‘vale, tienes razón. Eso no significa nada’. Lo pensé durante un minuto y le pregunté qué le parecía ‘No hay una salida fácil’. George dijo que mucho mejor.
Has trabajado y tenido cierta cercanía con leyendas como Harrison, Dylan o Johnny Cash. ¿Porqué crees que te llevas tan bien con gente mayor que tú?
Lo más extraño es que yo nunca busqué a esta gente. Cada uno de ellos vinieron a mí. Obviamente, les gustaba algo que yo había hecho. A veces creo que buscaban algún tipo de ayuda, en plan ‘necesito juntar una banda’. Estábamos unidos. Bob solía decir: ‘Estos tíos se comunican sin hablar’. Eso le gustaba.
Una cosa que tenía en común con ellos es que cuando yo tenía 10 u 11 años me metí mucho en la música de los 50. La controlaba de arriba abajo. Cuando George y yo nos conocimos ese era nuestro punto de contacto. Yo conocía “ese” disco de Gene Vincent. Cogíamos y tocábamos esas cosas. Creo que el interés de George en el rock se desvaneció hacia 1962 [ se ríe].
Los Heartbreakers y tú girasteis como banda de Dylan durante dos años. ¿Qué aprendiste de esa experiencia?
Tenía una buena forma de mostrarnos lo que quería con su guitarra. Decía: ‘Es este tipo de ritmo, y así van los acordes’, y todo el mundo lo pillaba. Lo tocábamos durante cinco o 10 minutos hasta que estaba bien y decía ‘así se hace’. Es una enciclopedia de canciones. Para el concierto de Farm Aid [en 1985] ensayamos muchas de sus canciones y muchas versiones. No era una actuación muy larga, pero ensayamos muchísimas cosas. Hicimos Tears of a Clown, de Smokey Robinson. Recuerdo que hicimos Come Together, de los Beatles. Sonaba muy bien. Pero no la tocamos. Era en plan ‘un día tocaremos estas canciones’. Pero nunca volvieron a aparecer.
Conectaste con Dylan cuando estaba saliendo de su periodo cristiano y a punto de empezar el Never Ending Tour. ¿Pudiste apreciar algún cambio?
En su libro [Crónicas, volumen 1] cuenta que estaba pasando una mala época: “Tom estaba en su punto álgido y yo en el más bajo”. Yo no sabía que estaba tan atormentado. Es difícil hablar por Bob. Pero recuerdo la noche de la que habla en el libro, que estaba acercándose al micro a cantar y no le salió nada de la garganta [el 5 de octubre de 1987, en Locarno, Suiza]. Respiró hondo, empezó otra vez y funcionó. Tuvo algún tipo de epifanía de que tenía que seguir en la carretera. Lo recuerdo porque me asusté por él: “Oh-oh, algo va mal”. Luego cantó y no volví a pensar en ello. Es curioso lo que pasa por la cabeza de la gente sobre un escenario. No lo sabes. Te comunicas a través de la música.   
Harrison se alejó de la música durante largas temporadas. ¿Le sirvió tener alrededor a alguien como tú para seguir enganchado?
Yo tenía la sensación de que se moría por tocar. Cuando venía a casa tocábamos una o dos horas. Era muy activo. Una vez vino y yo estaba enfermo, en cama. ‘Tío, no sé si voy a poder hacer nada esta noche’. Entró, subió las escaleras y se sentó en la cama: ‘Vamos, no estás tan enfermo. Levántate’. 
¿Sacó Harrison el tema de iros de gira después de que el primer álbum de los Wilburys fuera un éxito?
Una parte de él quería hacerlo. Eso salía normalmente cuando estábamos contentillos [sonríe]. Al día siguiente se esfumaba. No podía enfrentarse a ello. Una vez dijo: ‘Deberíamos conseguir un barco, y simplemente navegar. Podríamos parar y tocar en canoas para la gente. Y lo llamaremos el Barco Esponsorizado. Pintaremos el logo de una compañía diferente cada día. Con eso pagaríamos el viaje”. Era muy divertido.
Su mayor problema era la maquinaria de managers y promotores. Me dijo una vez: ‘No puedo enfrentarme a levantarme en Philadelphia y tener que ir a una prueba de sonido”.
Tocaste en una reunión parcial de los Beatles. Harrison y Ringo Starr aparecieron en el vídeo de ‘I Won’t Back Down’.
Fue idea de George llamar a Ringo. ¿Qué iba a decir yo, que no? Conocía a Ringo. Quedaba con nosotros. Pero aún no me puedo creer que eso ocurriera. Improvisábamos en el plató entre tomas. Recuerdo estar tocando y mirar a Mike en plan ‘¿Qué te parece esto?’.
¿Qué artistas nuevos te emocionan?
El último disco nuevo que me ha gustado es el de Monsters of Folk. Hay buenas cosas por ahí, canciones y voces consistentes. Regina Spektor es muy buena. Tiene una voz tan clara, y las canciones son inteligentes y llenas de alma. Pienso que nunca ocurre que no haya nada bueno. Pero cada vez es más y más difícil encontrarlo. Solía pasar que para grabar un álbum tenías que hacer algo realmente bien. Conseguir hacer un disco era un honor. Ahora todo el mundo lo hace. Vas a un restaurante y el tipo que está tocando en la esquina tiene un álbum.
¿Cuál es tu grado de compromiso actual?
No sé qué tipo de futuro tenemos. No puedo imaginarme empezando en este ambiente. Lo que me ha provocado es una gran liberación. Siento que puedo hacer cualquier cosa. En este álbum en directo he pasado mucho tiempo secuenciando las pistas, convirtiendo cada disco en una actuación, un programa entero.
Puedes verlo desde el punto de vista de que va a llegar a iTunes, 80 canciones, y la gente va a pillar sólo lo que quiere. Pero hay quien se va a sentar y lo va a tomar como la obra que es. Así que debo seguir haciéndolo así. Si no sería un engaño.

También corres el riesgo, en discos como ‘The Last DJ’, de sonar como esos viejos cascarrabias que dicen ‘antes era mejor. Ya no se hace rock como el de antes’.
No creo que yo sea un viejo amargado. Soy un optimista. Creo en el espíritu humano. Creo que podemos superar un montón de cosas. Pero se hace más y más difícil, de la manera tal y como están las cosas.
Me encantaría decir que toda la mierda es mucho mejor ahora [se ríe]. Pero antes era mejor».



Fuente: David Fricke / Rolling Stone


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