Bono: Sus conversaciones con Jann S. Wenner

«Me gusta escribir. Me atrae hacer cosas que me asustan»



[Ricardo Portmán] @ecosdelvinilo

Paul Hewson AKA Bono Vox o simplemente Bono. El frontman, portavoz y cara de U2 es el paradigma del artista/mass/media. Su palabras pesan mucho en la aldea global, aunque a veces se meta en aguas más profundas de lo que cree. Por todo esto  y por tantos años de buena música (que es lo que realmente importa) compartimos la gran entrevista que le realizó Jann S. Wenner, fundador de Rolling Stone, a lo largo de dos días, y publicada en el mes de enero de 2006 (Rolling Stone número 75).

«Por Jann S. Wenner – El primer fin de semana de octubre visité a Bono (nacido el 10 de mayo de 1960 en Dublín) en Cancún, México, donde U2 pasaba una semana de vacaciones antes de que arrancara la segunda parte de su gira por Norteamérica. Bono y Larry Mullen Jr., batería de la banda, estaban con sus familias. De hecho, Elvis Mullen cumplía diez años ese fin de semana y habían planeado organizar una barbacoa en la casa que Bono tenía alquilada en la playa para él, Ali, su mujer desde hace 23 años, y sus cuatro hijos. Bono y yo empezamos nuestra conversación a mediodía, hablamos hasta la noche y seguimos a la mañana siguiente. En total, la entrevista duró más de diez horas. Cualquiera que haya estado en un concierto de U2 conoce la habilidad dramática de Bono para contar historias. En el cara a cara es igual de impresionante, carismático y encantador. Y le gusta hablar. Dos semanas más tarde, Bono pasó por la redacción de ROLLING STONE y dedicó un par de horas a aclarar algunos puntos. “Vas a necesitar una vacuna antibonónica cuando termine la entrevista”, bromeó.

La historia de Bono y su grupo es la de un compromiso consigo mismos (después de 29 años de carrera siguen estando muy unidos) y con la defensa de causas elevadas como la justicia social. Bono nos hace vislumbrar cómo el futuro puede ser mejor que el presente. Apela a algo mayor que nosotros mismos. Cuenta la historia de su vida, de su lucha, en términos comprensibles para todo el mundo. Habla de la fe en términos con los que incluso un no creyente puede sentirse identificado.
Nuestra charla nos lleva hasta los primeros tiempos del grupo, a su complicada relación con su padre, al futuro de U2. Bono es una rara avis en el mundo de los  artistas de éxito: habla de su vida y de su trabajo con candor y transparencia. Puede mostrar la misma dureza al repasar sus discos que cualquier crítico de música. Esta entrevista representa más o menos un 20% de nuestra conversación. Pero, para Bono, es una conversación que nunca termina. Por suerte, piensa seguir charlando con su público todo el tiempo que pueda.
Antes de nada: ¿Dónde te compraste esas gafas de sol?

Son de Bulgari. Mucha gente, cuando ve la B que llevan en la patilla, cree que es cosa de mi megalomanía. Pero sólo lo es la mitad de las veces. Soy la Imelda Marcos de las gafas de sol.

¿Por qué las llevas todo el tiempo?

Mis ojos son muy sensibles a la luz. Si me sacan una foto, veo el flash el resto del día. Se me hincha el ojo derecho. Y suelen ponérseme rojos. Así que es en parte por vanidad, en parte para evitar que me reconozcan y en parte por sensibilidad.

I. La infancia
¿Cómo fue tu infancia en Dublín?

Crecí en un barrio de clase media-baja. Era una calle bonita con gente agradable. Aunque, si soy sincero, había cierta sensación de que la violencia estaba a la vuelta de la esquina. Mi casa era muy normal. Tenía tres habitaciones. La tercera era casi del tamaño de un armario, la llamábamos la habitación-caja, y era la mía. Mi madre nos dejó pronto: murió poco después que su padre. Así que perdí a mi madre y a mi abuelo en sólo unos días, y eso se convirtió en una casa de hombres. Y los tres bastante machos [su padre, su hermano y él], con todo lo que eso implica. Todavía estoy trabajando en el tema de la agresividad. Esos niveles de agresividad, tanto exteriores como interiores, no son normales ni apropiados.

Eras un adolescente brillante y luchador en un entorno que no parecía ofrecerte demasiadas posibilidades. La actitud general de tu padre hacia ti (o, sencillamente, la actitud irlandesa) era: “¿Quién coño te crees que eres? Sé realista”. ¿Era así?

Bob Hewson (mi padre) se crió en Dublín. Un auténtico dublinés en todo salvo en su amor por la ópera. Por fuerza tenía que ser una persona algo excesiva, ¿no? Era autodidacta, sabía mucho de Shakespeare. Y su pasión era la música, era un gran tenor. Pero, curiosamente, no animaba a sus hijos a tener grandes sueños, ni en la música ni en nada. Soñar significaba acabar desilusionado. Lo que, por supuesto, explica mi megalomanía. Era un niño listo, sí, desde pequeño. Luego, en la adolescencia, pasé por una fase extraña en la que pensaba que era tonto. Empecé a sacar una mierda de notas. No podía concentrarme. La música fue mi forma de vengarme.

Da la sensación de que era una situación sin salida.

Precisamente se trata de no dejarte atrapar por ese tipo de vida gris. Teníamos una pandilla bastante surrealista. Nos gustaban los Monty Python y montábamos representaciones en el centro de Dublín. Me subía en el autobús con una escalera y un taladro en las manos. Qué locura. El humor se convirtió en nuestra arma. Me quedaba ahí, de pie, quieto, con el taladro en la mano. Tonterías de adolescente.

¿Para provocar? ¿Una especie de performance?

Sí, una performance. Nos inventamos un mundo, al que llamábamos Lipton Village. Era nuestra forma de luchar contra la mentalidad de gamberros dominante.

¿Había muchas peleas?

Oh, sí. Que te dieran una paliza estaba a la orden del día. Cada barrio tenía sus bandas. Cuando te preguntaban de dónde eras tenías que adivinar de dónde eran ellos y decir lo mismo. Si no, ibas a sufrir. Cuanto más nos pegaban, más surrealistas eran nuestras respuestas.


¿Y ésa era tu forma de rebelión juvenil?

No sé si era rebelión. Era un mecanismo de defensa. Nos reíamos de la gente que bebía. Nosotros no lo hacíamos. Nos creíamos mejores que los que vomitaban a la salida del pub los viernes por la noche.

¿Erais la pandilla de los listillos?

Éramos una panda de inadaptados. No todos éramos listos. Si tenías una buena colección de discos, eso ayudaba. Y si no, jugabas al fútbol. Ahora, al mirar atrás, ves que hay cierta arrogancia en todo ello. Era una forma de despreciar a los demás, la verdad…

¿A los deportistas?

A los deportistas, a los skinheads, a los violentos… Puede que sea la misma arrogancia de mi padre, que escuchaba ópera y jugaba al críquet. Porque todo eso le individualizaba.

Has escrito una canción extraordinaria sobre tu padre, Sometimes You Can’t Make It On Your Own [A veces no puedes hacerlo solo]. Cuando hablé con The Edge esta semana me dijo que te estabas convirtiendo en tu padre.

Mi padre era un hombre increíble y muy divertido. Tenías que ser rápido para convivir con él. Pero no creo que seamos iguales. Tengo una relación muy distinta con mis hijos de la que él tenía conmigo. Cuando se reunía con gente, solía pensar que nadie era tan listo como él. ¿Conoces esa canción de Johnny Cash que se titula A Boy Named Sue [Un chico llamado Sue]? Le da a un niño un nombre de niña y el chico se pasa toda su vida sufriendo las embestidas de hombres más machos. Al final, él se convierte en el más duro de todos.

¿Y tú eres ese chico que se llama Sue?

Es en lo que él me convirtió, intentando desanimarme para que no me dedicara a la música, aunque siempre había sido su sueño. De tanto decirme que no tuviera sueños, que soñar significa acabar desilusionado, le dio mucha más fuerza a mis sueños. Y asegurándome que el grupo no duraría más de cinco o diez minutos… y todavía estamos ahí.

Intentaba criar a dos hijos sin una madre. Y sin embargo ahí estabas tú, mezclándote con todo tipo de gente rara. En mi opinión es increíble que te soportara y que no te mandara a la mierda. ¿Alguna vez te sientes culpable por cómo le trataste?

No, ¡no hasta esta puta entrevista! Le encantaba discutir. El día de Navidad en casa siempre era una larga discusión. Siempre estábamos gritando: mi hermano, yo, mis tías y tíos. Mi padre tenía una gran facilidad para indignarse por cuestiones morales. Le interesaba mucho la política. Era de izquierdas, pero al mismo tiempo era capaz de ver la parte positiva de la derecha.

Cuanto más hablas de ello, más da la sensación de que te estás describiendo a ti mismo.

Es una forma interesante de verlo y creo que hay un montón de gente que estaría de acuerdo contigo. Quería a mi padre. Pero éramos combativos. Hasta el final. De hecho, sus últimas palabras tuvieron ese tono. Yo dormía en un pequeño colchón a su lado en el hospital. Me despertó un sonido fuerte que hizo, una especie de gruñido. Entra la enfermera y dice: “¿Estás bien, Bob?”. Él la mira y susurra: “¿Por qué no os vais a la mierda y me sacáis de aquí? Este sitio es como una cárcel. Quiero irme a casa”. Últimas palabras: “Iros a la mierda”.

II. Una educación musical
¿Cuáles fueron tus primeros discos de rock & roll?

Tenía cuatro años. Fueron los Beatles, I Want to Hold Your Hand. Creo que fue en 1964. Recuerdo que les vi en la tele el día después de Navidad con mi hermano. Parecían una pandilla y, por lo que te he estado contando, podrás entender que conectaron conmigo inmediatamente. También por la potencia de las melodías, los cortes de pelo y la sexualidad, que seguramente yo empezaba a asimilar por aquel entonces. Luego me encontré con gente como Tom Jones. Recuerdo haberle visto en un programa de variedades de sábado por la noche. Yo debía tener unos ocho años. Él sudaba, parecía un animal, no había barreras. Cantaba en estado de éxtasis. Tenía una voz negra en un cuerpo blanco. Y luego, claro, Elvis. Al verle daba la sensación de que no era él quien controlaba la situación, sino que la situación le controlaba a él. Y eso era muy atractivo.

¿Quién más tuvo impacto musical sobre ti a esa edad?

Antes de llegar a los Who, los Rolling Stones y Led Zeppelin… recuerdo el Imagine, de John Lennon. Fue uno de mis primeros discos. Tenía unos doce años. Me impresionó. Daba la impresión de que te susurraba al oído sus ideas sobre el futuro. Distintas formas de ver el mundo. A los 14, cuando perdí a mi madre, volví a Lennon con Plastic Ono Band. Y, por esa época, también Bob Dylan. Escuchaba sus discos acústicos. Luego empecé a pensar en tocar esos temas. Mi hermano tenía un libro de canciones de los Beatles, así que me puse a intentar aprender a tocar la guitarra y él me echaba una mano.

¿Qué influencia tuvo sobre ti todo el movimiento musical de Londres de esa época: los Beatles, los Stones, los Who, los Kinks…?

Empecé a conectar con la música de los Who sobre los 15 años. Entre tanto estruendo, los estribillos feroces y la rabia, podías oír otra voz. “Nobody knows what it is like behind blue eyes…” [Nadie sabe qué se siente tras esos ojos azules…, de Behind Blue Eyes, de Who’s Next]. Lo que empecé a descubrir entonces es uno de los aspectos esenciales de mi interés por la música y tiene algo que ver con una búsqueda. La sensación de que hay otro mundo por explorar. Eso lo aprendí de Pete Townshend. Y de Bob Dylan.

¿Imagine fue la primera canción que te marcó?

Imagine y Bob Dylan. Blowin’ in the Wind, todo eso y la parte más folkie. Que supongo que es lo que me preparó para John Lennon.

¿Dylan te preparó para Lennon?

Porque es folk. Si te interesa el folk, los susurros y las palabras, esa atmósfera tranquila. Escuchaba música en mi habitación, con unos auriculares. Era muy íntimo. Como hablar con alguien por teléfono, como tener a John Lennon al otro lado de la línea. Y no exagero. Su música cambiaba la forma de la habitación. Y la del mundo fuera de la habitación. Tu manera de mirar por la ventana y hasta lo que veías. Cuando tenía veintitantos, un día Yoko se me acercó y me dijo: “Eres el hijo de John”. ¡Un piropo maravilloso!

Sobre el grupo, has dicho: “Venimos del punk”. ¿Qué significa eso?

Estamos en 1976. Voy al cole. Estoy en plena adolescencia, esa época tan complicada. Saco malas notas, estoy enfadado, vivo con dos hombres. A todos mis amigos les espera un futuro brillante porque son muy listos. Yo seguramente no voy a conseguir centrarme lo bastante como para ser tan inteligente. Siempre había tenido melodías en la cabeza. Si veía un piano, pulsaba una tecla. Me imaginaba que, si al mismo tiempo pisara un pedal, la nota podría llenar la habitación entera. Sabía cómo encontrar otra nota que sonara bien con ésa, pero no tenía forma de expresarlo. Luego, el sábado pasado hizo 29 años, aparece un chico. Él tiene 14 años, yo 16. Quiere montar un grupo. Toca la batería. Mi amigo Reggie Manuel dice: “Tienes que ir”. Me sube en la parte de atrás de su moto y me lleva a una casa de los suburbios, donde vive Larry Mullen. Larry está en su cocina minúscula, con la batería montada. Y hay otros chicos. Larry empieza a tocar la batería, Edge da un acorde que nunca había oído en una guitarra eléctrica. Y veo la puerta abierta. Empiezan a llegar un montón de chicas, saben que Larry vive allí. Gritan. Trepan por la puerta. Descubrimos que él ya está acostumbrado y que las está apuntando con la manguera. Literalmente, con la manguera de regar el jardín. Y así empieza la cosa. Un mes más tarde estoy saliendo con Ali [su futura mujer].

Fue un buen mes.

Sí, un mes muy bueno. Lo curioso es que, en los meses anteriores, estaba seguramente en la peor época de mi vida. Sentía esa angustia adolescente. No sabía si quería seguir viviendo, hasta ese punto estaba desesperado. Le rezaba a un Dios que no sabía si me escuchaba.

¿Te influyó entonces el punk?

No, no tenía nada que ver con el punk. Hablo de septiembre de 1976. El punk acababa de nacer en Londres ese verano. Adam [Clayton, bajo] se va allí al verano siguiente. Londres estaba en llamas. Y vuelve con los Stranglers, los Clash, Jam… Curiosamente, en nuestros primeros ensayos hablábamos de qué música deberíamos tocar. Todos hacíamos sugerencias. Yo quería tocar cosas de los Rolling Stones, de la época de High Tide and Green Grass, y de los Beach Boys. Me estaba cansando del rock más duro.

Con rock duro te refieres a…

Pelo largo y solos de guitarra interminables. Yo decía: “Vamos a volver a hacer rock & roll”. Entonces llegaron los Clash. Y luego recuerdo haber visto a los Jam en la tele ese mismo año y pensar: “¡Pero si tienen nuestra edad! Entonces es posible”.

¿Qué nivel de actividad había en el grupo en esa época?

Ensayábamos ocasionalmente. Tocábamos temas de los Eagles, Moody Blues. Pero sonaban a mierda. De hecho, éramos incapaces de tocar canciones ajenas. Intentamos tocar Jumpin’ Jack Flash, de los Stones. Horroroso. Así que empezamos a componer. Era más sencillo.

¿Fueron los Ramones tu principal influencia punk? ¿O los Clash?

Los Ramones más que los Clash, aunque vimos antes a los Clash, en el 77, en Dublín, y fue increíble. Había un aire de violencia, daba la sensación de que alguien podía morir. Pero su música no conectaba con nosotros de la misma forma que la de los Ramones.

¿Qué era lo que os gustaba de los Ramones?

Yo no tenía la gravedad ni la dignidad de Joe Strummer. Joey Ramone cantaba como Dusty Springfield… Era una voz melódica, como la mía.

¿Te marcó David Bowie?

Enorme, el Elvis británico. Bowie tuvo mucho más que ver en la definición de la estética punk de lo que se cree normalmente. Yo tenía pósters suyos en la habitación. Y, en esa primera época del grupo, tocábamos Suffragette City. Empezamos a escuchar a Patti Smith. Edge empieza a escuchar a Tom Verlaine. Y, de pronto, aquellos acordes punk dejan de ser la única opción. Manejamos un lenguaje diferente y empezamos a encontrar distintos colores, más allá de los primarios.


III. Vida espiritual
¿Qué papel jugó la religión en tu infancia?

Sabía que éramos diferentes a nuestros vecinos porque mi madre era protestante. Y estaba casada con un católico. En un momento en que había una fuerte sensación de sectarismo en el país, intuía que eso era especial. No íbamos a los colegios del barrio, teníamos que coger un autobús. Yo heredé algo de la valentía que necesitaron mis padres para seguir adelante con su amor.

Tus primeras canciones hablan de tu confusión, de tu búsqueda de la espiritualidad a una edad a la que la mayoría de los chavales estarían pensando en chicas y cosas así.

Sí. Nosotros lo hemos hecho al revés.

Te saltaste las canciones de amor y te fuiste directo a…

…a la mística. Podría decirse que la evolución de alguien como Van Morrison, por ejemplo, ha sido la contraria. Estaba en ese periodo turbulento a los 15 o los 16, con las tormentas eléctricas que se sufren a esa edad.

¿Nunca viste el rock & roll, la llamada música del diablo, como algo incompatible con la religión?

Mira a la gente que ha formado mi imaginario. Bob Dylan en 1976. Estaba pasando por cosas parecidas. Escuchas a Patti Smith en Horses: “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos…”. Ella también luchaba con esos demonios, el catolicismo en su caso. La música que me emociona o se dirige a Dios o huye de él. Pero el punto de referencia es el mismo, Dios está siempre en el camino. Con el tiempo me he dado cuenta de que estar cabreado con Dios es muy válido. En Pop [1997] escribimos una canción sobre eso, Wake Up Dead Man (Despierta, hombre muerto) que confundió a la gente. “Jesús, ayúdame/ Estoy solo en este mundo/ que está bien jodido./ Cuéntame, cuéntame la historia/ la de la eternidad/ y cómo va a ser todo”.

Poco después de montar el grupo, ingresaste con Larry y Edge en un grupo de estudio de la Biblia [gente que se reúne a leer y comentar la Biblia]. ¿Qué sacaste de ahí?

Hacíamos teatro en la calle, en Dublín, y conocimos a unos tipos que estaban más locos que nosotros. Eran una especie de agrupación que vivía en la ciudad como si siguiéramos en el siglo I después de Cristo. Buscaban señales y milagros y practicaban una forma de religión como de los primeros tiempos de la iglesia. Era una comuna. Los que tenían dinero lo compartían. Eran apasionados, muy divertidos, y no parecían tener deseos materiales. Mirando atrás, ahora me doy cuenta de que en realidad nos movía una curiosidad intelectual insaciable. Pero, como siempre pasa, se puso demasiado intenso. Y esta gente fingía que nuestra forma de vestir, nuestro aspecto, no les importaba. Pero no tardamos en darnos cuenta de que no era así. Empezaron a hacernos preguntas sobre la música que escuchábamos. “¿Por qué lleváis pendientes?”, cosas así.

¿Cómo lo dejasteis?

Creo que, sencillamente, nos fuimos de gira.

¿Y os olvidasteis de volver?

Bueno, les hacíamos visitas. Si querías dedicarte a los estudios de la Biblia, te pedían que renunciaras al mundo. E incluso entonces sabíamos que no se puede escapar del mundo, vayas donde vayas. Y dentro de una congregación religiosa mucho menos. Pueden llegar a ser más corruptas y más parciales, en cuanto a las presiones que ejercen sobre la gente, que las fuerzas externas.

¿Qué te atrae tanto de Martin Luther King?

Vale, saltemos hasta 1980. Un grupo de rock irlandés viaja a Estados Unidos. La noche que llegamos, ponemos la tele y hay un montón de gente hablando de las escrituras. Pero es evidente que son una pandilla de lunáticos. Y te preguntas: “¿Qué es esto?”. Y cambias de canal. Más de lo mismo. Y piensas: “Dios mío”. Pero sus palabras se parecen demasiado a las que salen de tu boca… ¿Y entonces qué? Aprendes a callarte. Si hablas así allí, van a pensar que eres uno de ellos. Y te das cuenta de que esa gente que predica en la tele son los mercaderes del templo. Luego vas a una iglesia negra y ves que, aunque tienen ideas parecidas, su religión se implica en cuestiones como la justicia social, la lucha por la igualdad. Y luego lees una biografía de King, Let the Trumpet Sound [Deja que suene la trompeta], y cambia tu vida. Aunque soy creyente, me cuesta mucho relacionarme con otros creyentes. Me ponen nervioso, estoy en tensión. Salvo cuando estoy en la iglesia negra. Allí me siento tranquilo, como en casa. Puedo llevar a mis hijos: se canta, hay música.

¿Cómo es tu sentimiento religioso ahora? ¿Cuál es tu concepto de Dios?

Si pudiera expresarlo de manera simple, diría que creo que hay una fuerza de amor y de lógica en el mundo, que dicta el funcionamiento del universo. Y creo en el genio poético de un creador que decide mostrar todo su poder a través de un niño nacido en la pobreza extrema. Es decir, la historia de Cristo tiene sentido para mí.

¿Cómo?

Como artista, percibo su carga poética. Que alguien capaz de una creación a esa escala decida presentarse a sí mismo de forma tan vulnerable como un niño pequeño me parece impresionante. Supongo que sólo eso ya me haría cristiano. Aunque no uso esa etiqueta, porque es demasiado duro estar a la altura. Me da la sensación de que soy el peor ejemplo de lo que es un cristiano, así que mantengo la boca cerrada.

¿Rezas o eres practicante de alguna forma?

Intento sacar un rato todos los días para rezar y meditar esté donde esté. También tengo un enorme respeto por mis amigos ateos, que son la mayoría, y por el valor que hace falta para no creer.

IV. Despertar político
Después de Live Aid, tú y tu mujer, Ali, viajasteis a Etiopía. Era septiembre de 1985. ¿Cómo te afectó esa experiencia?

Ésa es una pregunta importante. El camino que estás siguiendo es interesante, ya sea consciente o inconsciente. Estás consiguiendo que justifique estar en una banda de rock & roll. Mirando atrás, por alguna razón, siempre he asociado la música con una forma de emancipación y libertad. No sólo para uno mismo (sexualmente, espiritualmente), sino también para los demás. Pero, a veces, el narcisismo necesario para escribir y actuar me causaba conflictos. Puedes dejarte llevar por el éxito y olvidar tus ideales. Desarrollar la ironía, las capas de protección necesarias para ser una estrella de rock en la era de la fama.

Hasta el extremo de estar a punto de dejar el grupo unas cuantas veces…

Sí, a veces hemos pensado que tiene que haber mejores herramientas para cambiar el mundo que las guitarras eléctricas.

¿Qué queríais cambiar?

En primer lugar a nosotros mismos, supongo. Ser mejores personas. Y segundo, todo lo que va mal en el mundo. Hay mucha gente que vive en una situación desesperada. Una tercera parte de la población ni siquiera tiene suficiente para comer. Y no hay ningún motivo para que eso sea así, aparte de cierto egoísmo y codicia.

¿Live Aid te ayudó a justificar el hecho de pertenecer a un grupo?

Sí, y creo que es justo decir que U2 ayudó a crear el clima que hizo posible el primer Live Aid. Formamos parte de ese movimiento de protesta positivo de los 80 y nos conmovió formar parte de Live Aid. Somos conscientes de que ese viaje hacia la igualdad, que había nacido con la lucha por los derechos civiles en Norteamérica, tenía que volver la vista hacia la situación en África: si de verdad pensábamos que esa gente era igual que nosotros, no podíamos consentir su situación.

¿Entonces, en Etiopía?

Esa línea de pensamiento nos lleva a Ali y a mí a Etiopía, para estudiar de cerca su caso. Trabajábamos en un orfanato y vivíamos en una pequeña tienda de campaña. Me llamaban la chica con barba, porque llevaba un pendiente. Nos levantábamos por la mañana cuando se disipaba la niebla y veíamos a cientos de africanos, que habían caminado toda la noche con lo poco que tenían a cuestas, acercarse a nosotros para pedir algo de comida y suplicar por su vida. Conocimos el día a día de la desesperación. Los padres dejaban a sus hijos envueltos en paños. Algunos estaban vivos, otros no. Para nosotros, criados en familias de clase media, era una visión abrumadora. Pero todo aquello hizo surgir preguntas todavía más importantes. Live Aid recaudó 250 millones de dólares (una suma de dinero que parecía enorme) y estábamos como locos. Sólo para descubrir, años más tarde, que ésa es la cantidad que África gasta cada quince días para devolver a los países ricos los créditos solicitados por oscuros dictadores a los que esos mismos países habían colocado en el poder durante la Guerra Fría para combatir a los comunistas. Y entonces caemos en la cuenta: hay un problema estructural en esta pobreza. Es una cuestión de justicia.

¿Where the Streets Have No Name [de The Joshua Tree, 1987] habla de ese tema?

Es una letra extraña, como si se hubiera quedado a medias y, fuera del contexto de África, no tiene sentido. Pero contiene una idea muy poderosa. En el desierto, encontramos a Dios. En los momentos más duros descubrimos quiénes somos. Todo eso lo escribí en bolsas para el mareo de Air India y pedazos de papel en una pequeña tienda de campaña en una ciudad llamada Ajibar, en el norte de Etiopía.

¿Cuánto habían cambiado tus actitudes cuando volviste de ese viaje?

Te prometes a ti mismo que nunca vas a olvidarlo, pero lo olvidas. Vuelves a tu vida, a la banda. Pero, en el fondo, sentía algo que no puedo explicar. Que en algún momento de mi vida sería capaz de ayudar a esa gente. Un padre intenta darte a su hijo y te dice: “Llévatelo. Si se queda conmigo va a morir”. Recuerdo la mirada de ese hombre, lo duro que es para un hombre hacer esa oferta. Me estaba entregando a su hijo y yo le dije que no. Eso es algo muy difícil de olvidar. Pero hay una parte de mí que no dijo que no, y que sigue intentando ayudar.

V. Fama, la banda, el directo
Tras ese viaje a África el éxito del grupo se disparó.

En los noventa me lo pasé en grande. Nunca he tenido la sensación de que se me dé especialmente bien ser una estrella de rock. Siempre he pensado: “Ha ido a tocarle al tipo equivocado. Debería ser un tirillas torturado, no un tío con pinta de boxeador o albañil”. No era lo mío, aunque ha acabado por dárseme bastante bien. Todo empezó en la época de Pop [1997], que iba a ser un disco de celebración de las superficialidades. Nuestras vidas eran fantásticas. Escuchábamos mucha música dance, nos pasábamos toda la noche de fiesta. Era una época maravillosa e intentamos capturar esa sensación en temas como Discotheque o If You Wear That Velvet Dress. Canciones preciosas, sensuales. Pero, en lugar de sonar como la fiesta, el disco acabó sonando como el día después de la fiesta, la resaca. Había intentado describir mi hedonismo en términos religiosos, algo así como el carnaval, un concepto cristiano, una celebración de la carne antes de la negación que es la cuaresma. Pero tal vez el carnaval había durado más de la cuenta.

¿Y te metiste en los problemas habituales en el rock & roll: dinero, drogas y éxito?

Bueno, no voy a explicarlos en detalle. Digamos simplemente que probé la pizza.

¿Pero cómo te afecto la fama?

Después de The Joshua Tree me di cuenta de que ser famoso no era tan importante. Pensaba: “Si he llegado hasta aquí, no puedo decepcionar a la gente”. Pero Bob Dylan me enseñó lo siguiente: “Deberías decepcionar a la gente. No tienes por qué estar siempre a la altura de lo que se espera de ti”. En el ojo de ese huracán, cuando salimos en la portada de Time [en 1987], nuestro disco [The Joshua Tree] era número uno…, recuerdo que me dijo: “Tienes suerte de estar en un grupo. Yo pasé solo por todo eso”. Lo de la fama es curioso. Tienes que encontrarle el lado divertido. La gente le presta demasiada atención. Yo he decidido no hacerlo. No viajo con seguridad. Y no me importa que no me den mesa en los restaurantes.

¿Cómo manejáis las tensiones en la banda?

Tal vez el secreto es que ponemos la idea por delante de la persona que la ha tenido.

¿Cuál ha sido vuestra última pelea importante?

Cuando empezamos a trabajar en este último disco hubo momentos complicados. Uno de nosotros estaba tocando canciones a las que había dedicado mucho tiempo y energía y algunos otros no estaban demasiado impresionados. Me pareció que su reacción era una muestra de mala educación. Pero puede que tuvieran razón. Escribo canciones muy deprisa e improviso las letras y la melodía. Si alguien te dice que se aburre escuchándolas, puedes perder los nervios. Larry Mullen está aburrido casi todo el tiempo. Puedes estar dejándote los pulmones y él sigue bostezando. Pero el 80% de las veces tiene razón.

¿Causa conflictos que pases tanto tiempo viajando por todas las causas en que estás implicado?

Mi trabajo es conseguir que nos presten atención. Si no hay un incendio, tengo que causarlo. Trabajo muy rápido, justo lo contrario a Edge. Él es un maestro zen. Yo soy muy impaciente. Y están encantados de perderme de vista de vez en cuando.

Cuando estás sobre el escenario, ¿en qué piensas?, ¿a quién miras?

Se ha escrito muy poco sobre la psicología del artista, que normalmente se dedica a eso porque trata de llenar un vacío de algún tipo. Eso es obvio, pero lo que no lo es tanto es que nuestra inseguridad nos lleva a desarrollar una especie de tercer ojo o sensibilidad de reptil a lo que pasa a nuestro alrededor. Sé quién entra, quién sale, quién está nervioso… Es como un ruido que acabas deseando poder callar. Cuando estoy en el escenario y una canción no conecta con el público, lo siento.

¿En qué piensas cuando cantas?

Si sale como esperas, desapareces dentro de la canción y es ella la que te canta a ti. A veces no es así y entonces eres plenamente consciente de cómo está sonando a través de los cascos. Yo tengo una ventaja. No puedo cantar en los registros en los que lo hago. Así que tengo que meterme en la canción porque, si no, no soy capaz de alcanzar esas notas. Si no fuera por eso, intentaría no implicarme, limitarme a fingir que lo hago, porque sale caro.

¿Caro en qué sentido?

Para tu vida emocional. En un concierto de U2 experimentas un montón de sensaciones diferentes y el regreso a la realidad puede ser duro. El día siguiente vuelo como una cometa, pero dos días después puedo estrellarme contra un muro.

¿Qué intentas hacer con el público?

Perder la conciencia de mí mismo y que a ellos les ocurra lo mismo. Es increíble. Porque en realidad no somos una banda de rock & roll, sólo nos hacemos pasar por una. A veces tocas una canción como Desire o Vertigo y piensas: “Guau, eso sí es rock & roll”. Pero en realidad lo que hacemos es algo totalmente distinto. Diseñamos el repertorio de los conciertos en una estructura de tres actos, para sacar a la gente de sí misma, y también a nosotros. Y para llegar a ese lugar en el que todo parece posible y quieres llamar a tu madre, dejar a tu mujer, empezar una revolución o atracar el banco y marcharte de vacaciones un año.

Tienes que abrirte y exponer tus miedos más ocultos, tus aspiraciones, tu corazón.

Nuestra definición del arte es partirnos el esternón, por supuesto. Cirugía a corazón abierto. Ojalá hubiera una forma más sencilla. Pero, al final, la gente quiere sangre. Incluido yo mismo.

En 2000 le dijiste a un periodista de ROLLING STONE que temías seriamente por tu salud, pero que no querías hablar de ello. ¿De qué se trataba?

Creí que tenía cáncer de pulmón por la época de All That You Can’t Leave Behind. Ni siquiera se lo dije al grupo. Tenía la voz tocada desde hacía cinco años. Empezó a resentirse después de la gira Zoo TV. Se aprecia si escuchas con atención, sobre todo en Pop. Y esa gira se me hizo muy dura. No sabía si era por la voz o por qué. No quiero ponerme melodramático, pero pensar que no vas a volver a ver a tus hijos lo es. Afortunadamente sigo aquí.

¿Alguna vez te asustas cuando subes al escenario a predicar?

Estoy harto de Bono. Y yo soy Bono. A veces dan ganas de decirle que se calle. Lo que no queremos ser es inactivos. Podemos ser pesados, pero no parados.

Pero a veces es como si fueras Martin Luther King. ¿No te asusta eso?

Me asusta la posibilidad de abochornar a mis compañeros de banda o al público, pero estoy seguro de que la actual es una generación que no quiere ser recordada sólo por la guerra contra el terror o internet. La generación anterior luchó por los derechos civiles, y consiguió muchas cosas. La nuestra quiere lo mismo, pero los enemigos son más sutiles. Un jefe de Estado me dijo una vez que, si de verdad pensamos que en África son iguales que nosotros, no podemos dejar que 3.000 personas mueran allí al día por las picaduras de los mosquitos cuando nosotros tenemos las medicinas y los medios para salvarlas. Es tan absurdo como que los negros no pudieran usar los baños de los blancos en los 50. Es una forma de racismo oculta por la distancia. Nuestro público está de acuerdo con nosotros, y la historia también.

Pero deja que vuelva a preguntártelo. ¿No crees que te conviertes en un objetivo fácil predicando así sobre el escenario? ¿No te da miedo?

No, aunque algunas veces debería habérmelo dado. En 1998 tocamos en Chile, en un estadio lleno de gente. El concierto se retransmitía en directo por la tele. Invitamos a las madres y los parientes de los desaparecidos y le pedimos al presidente Pinochet respuestas para esa gente. La policía salió del estadio y la mitad del público empezó a  abuchearnos. Y respeto que la parte del público que no estaba de acuerdo con nosotros lo dejara claro. Así que sí, ha habido momentos en que la cosa ha dado miedo.

¿Cómo escribís Edge y tú juntos?

A veces componemos de la forma tradicional, sacando acordes y bosquejando la melodía o las estrofas o el título. Pero otras veces escribimos improvisando, y ahí es donde entran Larry y Adam. Miracle Drug, del último disco, empezó con el bajo de Adam, luego entré yo con la voz y Edge empezó a improvisar. Larry tiene un gran sentido de la melodía. Y busca la claridad, en la música como en todo.

Otras parejas de compositores tienen relaciones complicadas: Lennon-McCartney, Jagger-Richards… La vuestra sigue funcionando. ¿Por qué?

Somos duros con nuestro trabajo, pero no entre nosotros. Edge merece la mayor parte del crédito. Ha conseguido supeditar su ego a la música.

¿Y deja el ego para ti?

Creo que está encantado de no estar en la línea de fuego. Es el tío listo que se da cuenta de que ser el líder es un trabajo duro. La gente inteligente sabe qué hace él, y del resto de la gente no se preocupa. Yo me cabreo y digo: “¿Cómo es que no se dan cuenta?”.

¿Sois buenos amigos?

Es uno de mis mejores amigos. Tiendo a dividir a la gente en dos categorías: los amigos por los que me preocupo y los amigos por los que no me preocupo. Ali y Edge son los amigos por los que no me preocupo. Son parecidos y juegan papeles similares en mi vida. Les necesito.

VI. Dylan, Jagger, Springsteen
¿Cuáles son tu disco y canción favoritos de Dylan?

Visions of Johanna y Bringing It All Back Home. Me encantaba de joven y me sigue encantado su humor y descubrir algunas referencias que antes no entendía.

¿Y tus canciones favoritas de los Beatles?

El Álbum Blanco, por la combinación de la parte experimental y su auténtica habilidad de artesanos para escribir canciones.

¿Y Bruce Springsteen?

Bruce nos ha enseñado tantas cosas… cómo tocar en estadios sin dejar de lado a parte del público, cómo comunicar con las últimas filas, cómo ser emotivo y operístico sin resultar rimbombante, cómo tener dignidad. Y, sin embargo, no podríamos ser más distintos. En los 80 recuerdo haberle dicho a Bruce: “Tus canciones están llenas de personajes. ¿Por qué no escribes sobre ti mismo?”. Me miró, se le oscureció la mirada: “¿De qué escribiría? ¿Cómo es mi vida? Actúo, me voy a casa”. Me castigó con su humildad.

U2 y los Rolling Stones son los únicos dos grupos que se mueven a cierto nivel y que se parecen en muchas otras cosas. ¿Cómo es la relación entre los dos grupos?

No es competitiva. Queremos que les vaya bien porque, si les va bien, sube nuestro valor. Quiero que Streets of Love [primer single del último disco de los Stones, A Bigger Bang] sea un éxito no sólo porque merezca serlo sino también porque dentro de 15 años podríamos escribir algo parecido. Y, si ellos no tienen éxito con esa canción, quiero buscar la forma de que nosotros sí lo tengamos.

¿Qué has aprendido de los Rolling Stones?

El pavoneo. A flirtear con el público. A mimar el negocio. Es sexy no saber qué está pasando. Siempre he respetado a Mick por eso. Ha hecho muy ricos a los otros Stones y ellos han hecho que Mick mole. Keith me recuerda a un verso de Bob Dylan: “Para vivir fuera de la ley tienes que ser honesto”. Tiene una enorme integridad personal. Nunca habla de mujeres, está atento para darte fuego, sabe comportarse. Es mucho más agradable de lo que cree la gente.

VII. Colaborar con Bush

¿Cuando vas a hablar con Bush, cómo te preparas? No en términos políticos, sino psicológicamente.

No tengo ningún miedo. No me asustan los políticos, ni los presidentes, ni los primeros ministros. Son ellos quienes deberían tener miedo, porque son los responsables de lo que ocurre bajo su mandato. Yo represento a los más pobres y a los más vulnerables. En el nivel espiritual tengo eso a mi favor. Lanzo un derechazo y el puño pertenece a gente que no puede estar en esa habitación, cuya rabia, dolor y enfado represento. La fuerza moral está conmigo y ese argumento tiene mucha más fuerza que yo. Así que no me pongo nervioso.

¿Te dices a ti mismo: “Tengo que decir menos tacos, tener controladas ciertas cosas”?

¿Si vigilo lo que digo? Sí. Intento ser respetuoso. Ten en cuenta que, antes de verle por primera vez, ya sé que está de acuerdo en doblar las ayudas a África. Así que estoy dispuesto a estrecharle la mano a ese hombre.

El gobierno de Bush ha puesto como condición a los países que quieran recibir ayudas para luchar contra el Sida que apoyen la abstinencia. Uganda, por ejemplo, ha tenido que cambiar su política y abandonar la distribución gratuita de condones para seguir recibiendo el dinero de EE UU. ¿Su intención es salvar vidas o apoyar unos principios religiosos y políticos?

El caso de Uganda no es el habitual. Puede que algunos grupos religiosos financiados por los EE UU se nieguen a distribuir condones pero, en general, este gobierno distribuye más condones que cualquier otro país donante. ¡Sorpresa, horror!


¿Pero es una ayuda incondicional?

No. El planteamineto de Bush está basado en un programa político conservador y se apoya en el llamado programa ABC: abstinencia, fidelidad [be faithfull, en inglés] y condones. La C está ahí. Y ése es el equilibrio que quiere Bush. La mayor parte de la gente, tanto de izquierdas como de derechas, está de acuerdo en que el programa ABC es positivo. Nos gustaría que se limitaran a darles las medicinas, pero ellos no están dispuestos a transigir con todo. Pero retrocedamos tres años por un momento. Se reían de mí por sugerir que un gobierno conservador podría distribuir carísimos medicamentos antivirales en África. La idea general era que los africanos practicaban el sexo de forma irresponsable y que no teníamos por qué pagar las consecuencias. Piensa en el cambio. Y lo ha hecho este presidente. EE UU ha mandado a África 15 millones de dólares para luchar contra el Sida. En sólo un año, 180.000 africanos han empezado a recibir tratamiento retroviral. ¡En sólo un año!

¿Crees que, a cambio de eso, no puedes criticarle por la guerra de Irak?

El Gobierno sabe cuál es mi postura en ese tema. También he criticado a Tony Blair por participar. ¿Hago campaña contra la guerra en Irak? No.

¿Por qué no?

Ése es el compromiso. Dejé de lado todo eso cuando empecé a trabajar para toda esa gente a la que nunca conoceré, esas 180.000 personas en África que deben sus vidas a dinero americano. Trabajo para ellos. Si el precio que tengo que pagar es cerrar la boca sobre la guerra de Irak, estoy preparado para asumirlo. Otros han sido elocuentes sobre este tema. 

¿Qué herramientas usas en política, además de tu fama y encanto personal?

Un argumento indiscutible: a menos que acabemos con la enorme desigualdad que existe en el mundo no podremos seguir disfrutando de nuestro estilo de vida actual. Tanto espiritualmente, como económica y políticamente. No conozco a casi nadie que no esté de acuerdo con eso.


VIII. Buscando el don
¿Qué te mueve? ¿El miedo al fracaso o demostrar que puedes hacer cualquier cosa? ¿De dónde sacas la energía? 

El miedo a perder una oportunidad. Creo que tenemos una posibilidad de acabar con la pobreza. No son desvaríos de estrella de rock irlandesa. Son objetivos alcanzables. Y yo tengo la posibilidad de comunicarlos. Si no lo hago, habré dejado pasar una oportunidad para cambiar un mundo que de verdad lo necesita.

¿Cuál crees que es, ahora mismo, la misión de U2?
No ser una mierda. Hacer buena música. Meterse en las partes más oscuras de tu interior sale caro. Muchas bandas se acomodan y ya no quieren bajar de ahí. Y es comprensible. Nosotros seguimos dispuestos a eso y pensamos que tenemos mucho por demostrar. ¿Qué podemos hacer Edge, Larry, Adam y yo? Si evitamos que nos engorde el culo, creo que tenemos otros diez años por delante. Ni discos malos, ni culos gordos.
¿Cómo sería U2 sin Bono?

Últimamente Edge canta muy bien. Con un falsete precioso. Suena como un coro de mujeres negras. Edge llevaría al grupo a lugares extraordinarios sin mí, y tendrían menos presión, pero no sería tan divertido. Nos reímos mucho. Se ríen tanto conmigo como de mí.

¿Les necesitas para mantener el equilibrio y la cordura?

Lo cierto es que yo les necesito mucho más a ellos de lo que ellos me necesitan a mí.

¿Por qué?

Por cómo soy. Me hacen mejor. Me aterroriza estar solo en una habitación o rodeado de compañeros de trabajo. Ésa es mi definición del infierno en la Tierra. Soy mejor persona gracias a que les tengo cerca. Son muy elegantes.

¿Cómo te sientes a medida que envejeces y tu público lo hace contigo? ¿Afecta a la percepción que tienes de ti mismo?

Tenemos mucho público en la universidad, pero también lo hay que lleva mucho tiempo con nosotros, lo que le da mucho peso.

¿Y qué implica eso?

Esa situación de Nosotros contra Ellos que se dio en los 60 ya no existe. Conozco a hombres de 70 años que son mucho más radicales que sus nietos de 17. La edad aporta cierto tipo de autoridad. Mira la voz de Johnny Cash o su cara antes de dejar este mundo. O a Mick Jagger últimamente, que recuerda a Nureyev. Sus rasgos se han hecho más interesantes. Han vivido mucho y tienen más cosas que decir. Un novelista o un fotógrafo o un pintor estaría empezando a los 40. ¿Por qué no suele ser así en la música? Creo que tiene que ver con la incapacidad de la gente en general y de los grupos en particular para relacionarse con los demás.

Edge dice que deberías ser el presidente de los Conseguidores Anónimos.

Hay otro candidato al puesto. Dios hizo un montón de cosas con casi nada. Hay que reconocerlo.

¿Dónde te ves dentro de 20 años?

Me gustaría volver a la ficción y a la poesía. Y escribir, cantar y actuar. A los 60 voy a ser mucho más guapo que ahora. Estoy seguro. Y espero no morir antes de hacerme viejo. Muchos de mis héroes son gente que está viva y que ha vivido muchos años.

En otras palabras, te gustaría hacer lo mismo que ahora pero en una forma más pura.

Las palabras son cada vez más importantes para mí. Nunca me he caracterizado por escuchar demasiado. Ahora disfruto más escribiendo, ya sean cartas o discursos, poemas en prosa, guiones o letras. Puede que sea porque para ponerme a escribir dejo de hablar.

¿Qué habría sido de ti si no hubieras estado en U2?

Habría sido periodista.

¿Por qué dices eso?

Curiosidad. Me gusta escribir. Me atrae hacer cosas que me asustan. Los medios juegan un papel muy importante en una sociedad libre.

¿Cabe en el rock & roll todo lo quieres hacer?

La música es algo emocionante. En serio. Creo en ese viejo refrán que dice que toda forma de arte aspira a convertirse en música.

¿Qué significa eso?

La música es algo extraordinario. Es nuestra forma de hablarle a Dios, o de no hablarle. Incluso si ignoramos a Dios. Es el lenguaje del espíritu. Si crees que en nuestro cuerpo hay algo que va a seguir existiendo incluso cuando hayamos dejado de respirar… si hay un espíritu, es la música lo que lo despierta. Desde luego fue lo que despertó al mío. Y parece ser nuestra forma de comunicarnos a otro nivel.» 

Fuente: Rolling Stone España / Jann S. Wenner


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