Duff McKagan: En la carretera del exceso

«La muerte de Kurt Cobain no cambió la manera en que lidiaba con mis miserias»



[Ricardo Portmán]

Duff McKagan es un sobreviviente en todo el sentido de la palabra. Sus recuerdos plasmados en su autobiografía It’s So Easy (and other lies) -Ed. Paperback- son sencillamente estremecedores. Este largo extracto no tiene desperdicio.
“Cuando GNR comenzó a ser conocido, todos me consideraban un ‘gran bebedor’. En 1988, MTV puso al aire un show en el que Axl me presentaba al público -como siempre lo hizo- como Duff ‘The king of Beers’ McKagan. Poco tiempo después, una productora que estaba trabajando sobre una nueva serie animada, me pregunto si ellos podrían utilizar el nombre Duff para una marca de cerveza en el show; me reí y les dije: Si, por supuesto. No hay problema’. El proyecto sonaba como algo de bajo presupuesto -digo, quien haría dibujitos animados para adultos? Nunca me imaginé que ese show terminaría convirtiéndose en «Los Simpsons» y que al cabo de unos años, empezaría a ver vasos de cerveza Duff y otros productos de la serie, donde quiera que fuésemos de gira.
Las giras por esos días eran muy duras. Muy poca gente ayudándonos (los mínimos necesarios), nada de aviones privados. La idea era obtener una mayor ganancia. Era completamente diferente, por entonces. En el momento en que Guns n Roses pasó 28 meses de gira, desde 1991 hasta 1993, promocionando los albums Use your Illusion, el equipo de trabajo a veces llego a las 100 personas. No solo teníamos coristas, una sección de vientos, un tecladista de más, sino que también había quiroprácticos, masajistas, un instructor de canto y un tatuador. Cada uno de nosotros contaba con chofer y guardaespaldas. El dinero se despilfarraba en las fiestas temáticas que se organizaban después de los shows, todas las noches: noches de apuestas o fiestas romanas; en Indianapolis el tema era: autos de carrera. El personal contratado también estaba invitado a las fiestas, que se extenderían hasta las primeras horas de la mañana.
Por lo visto, tener reputación de alcohólico no era gran cosa. Pero, al momento de la gira de UYI, la cantidad de alcohol que consumía había alcanzado niveles épicos. Para esa gira, Guns alquiló un avión privado. No era un jet ejecutivo, sino un 727 totalmente equipado, con pequeñas salas de estar y suites individuales para cada uno de los miembros de la banda. Slash y yo bautizamos el avión, fumando crack juntos, en el primer vuelo. Antes de despegar (por cierto, algo que no recomiendo), el olfato se acrecienta. Ni siquiera recuerdo haber tocado en Checoslovaquia. Tocamos en un estadio, en una de las ciudades mas hermosas de Europa, poco después de la caída del Muro de Berlín y solo me daba cuenta de esto cuando hallaba la estampilla en mi pasaporte.
Ya no estaba claro si sería o no, uno de los que ‘pudieron probar en su juventud y seguir adelante como si nada’.
Todos los días me aseguraba tener un vaso de vodka al lado de la cama, cuando despertara. Traté de dejar el alcohol en 1992, pero retomé el hábito con más ganas unas semanas después. Simplemente, no podía parar; había llegado demasiado lejos. Se me empezó a caer el pelo de a mechones, me dolían los riñones cuando orinaba, se me ajaba la piel de las manos y los pies, tenia granos en la cara y en cuello. Tenía que usar curitas o vendajes debajo de los guantes para poder tocar el bajo.
Existen muchas formas diferentes para salir de un estado como ese: algunos van directo a rehabilitación, otros recurren a la iglesia. Otros, a Alcohólicos Anónimos y muchos, muchos otros terminan en una caja de madera -que es donde, sentía que yo iba a ir a parar.
Durante la gira de UYI, había grabado canciones propias, escabulléndome en distintos estudios de grabación. Era una buena manera de ocupar el tiempo que, de lo contrario, hubiera pasado bebiendo alcohol, pero no sabía, en realidad, para que eran esos demos.
Toque un poco de todo, en esas sesiones: batería, guitarra, bajo. También canté -pero en algunas canciones se nota que no podía respirar por la nariz: tantos años de cocaína estaban pasando factura. Luego, en su momento, uno de los empleados de la discográfica que estaba acompañándonos en la gira, me pregunto dónde me escondía los días de descanso y le conté. Cuando Tom Zutaut -de Geffen Records-, que había contratado a Guns, se enteró de la existencia de los demos, me pregunto si me gustaría firmar un contrato individual, como solista y dijo que Geffen, podría lanzarlos en un álbum. Yo sabia que Zutaut se estaba portando como un mercenario, en este tema -por entonces, Nirvana y Pearl Jam se habían separado y es probable que Tom pensara que valiéndose de mis raíces en Seattle y mis conexiones en el círculo del punk, podría reposicionar a Guns n Roses; pero no me importó: Para mí, ésta era la chance para realizar mis sueños. Geffen lanzó rápidamente ‘Believe in me’ en el verano de 1993, justo cuando estaba por terminar la gira de UYI. Axl lo promocionó desde el escenario, en los últimos shows.
Me armaron una gira solista que comenzaría de inmediato, al finalizar los shows con GNR -los últimos dos fueron en Buenos Aires, Argentina, en Julio de 1993. La gira en solitario me llevaría, primero, a tocar en teatros en San Francisco, L.A, New York y luego, a telonear a Scorpions en estadios, durante su gira por Europa y el Reino Unido.
Volamos de Argentina a Los Angeles y después me reuní con un grupo de amigos y colegas que aceptaron acompañarme en esta gira -habían empezado a ensayar antes de que yo regresara a L.A. Juntos, armamos los shows en un santiamén.
Axl se enteró que tenía planes de hacer una gira y se comunicó conmigo:

«Estas loco?! No deberías volver a la ruta todavía. Solo un loco consideraría algo así»
«Es lo que haré» -le dije. «Soy músico…»
También sabia que si me quedaba en casa, probablemente, involucionaría y regresaría a las drogas. No tenia ilusiones de rehabilitarme pero, si estaba de gira con una banda formada por amigos de Seattle, tendría la oportunidad de aplacar mi problema con el alcohol y mantenerme lejos de la cocaína.
Pero Axl tenia razón. Antes del primer show en San Francisco , Linda -mi esposa, en ese momento- se agarró a piñas con otra chica y perdió uno de sus dientes. Había sangre por todos lados. «Hells Angels» continuó con el show en el Webster Hall en New York y ahí empezó el desastre. Pedí al publico que se tranquilizara, creyendo que eso cambiaria en algo lo que estaba sucediendo.
La gira continuó de acuerdo a lo planeado hasta Diciembre de 1993. Todavía seguía el fervor por todo lo relacionado con Guns n Roses, en especial en Europa. El publico sabía mis canciones y las cantaba conmigo. No consumí cocaína durante gran parte de la gira, pero eso no significaba que estuviese ‘limpio’ ya que tuve algunas recaídas; también cambié el vodka por vino.
Bajar la graduación alcohólica, al elegir vino en vez de vodka, estaba bien -muy bien-… pero la volumen de la ingesta, rápidamente, se disparó: llegué a beber 10 botellas por día. Tenía ardor de estómago, acidez; me la pasaba tomando Tums (antiácido) todo el día. No comía, pero estaba muy hinchado; me sentía físicamente muy mal.
Al final del tramo europeo de la gira, el primer guitarrista le clavó un tenedor al chofer del bus, en Inglaterra. Tuve que despedirlo -por suerte, la gira ya había finalizado. De vuelta en LA, llamé a Paul Solger -un viejo amigo con quien había tocado en mi adolescencia en Seattle- y le pedí que ocupase el puesto vacante, por el resto de la gira. Solger había estado sobrio por 10 años, desde la ultima vez que había tocado con el. De más está decir que yo no. Así y todo, Paul aceptó la propuesta.
Volví a mi casa en LA, antes de empezar el siguiente tramo en Australia. Había comprado esa casa en 1990; estaba ubicada en la cima de Laurel Canyon, sobre un acantilado desde donde se veía la ‘Dead Man’s Curve’ de Mullholland Drive. Un poco más abajo. se encontraba la vieja mansión construida por Houdini. En la cara Hollywoodense de las colinas, Laurel Canyon todavía era una zona de ‘rebeldes’. No era Beverly Hills, en absoluto. En 1980 la mansión de Houdini había sido dividida y vivían allí un grupo de hippies no-evolucionados en un entorno completamente marchito.
Desde la pileta, ubicada en el fondo de la casa, tenias una vista espectacular de los valles de Hollywood Hills. En ese momento, yo andaba todas las noches de fiesta en distintos clubs de LA y a menudo, terminaba desnudo en la pileta; era el ‘centro de batalla’. Una de las chicas con las que había empezado a salir era periodista; en su oficina, tenia fotos con Ronald Reagan y Jesse Jackson. Tenia una frase que repetía siempre, al terminar sus reportes. Unos años después, consiguió trabajo en un canal de noticias y cada vez que la escuchaba decir la frase al final, la imagen de la tv se nublaba y podía verla chapoteando desnuda en mi piscina.
Clubs como Bordello, Scream, Cathouse, Vodka, Lingerie, Spice, dominaban la escena en Hollywood. Había un club donde ir todas las noches, excepto los miércoles -pero yo no tenia idea de esto. No me importaba: Los miércoles -y también el resto de los días de la semana- la fiesta se trasladaba a mi casa. Conecté el bajo para acompañar a Tony Bennet en el escenario, una noche, en el sector Vip de Spice. Me subí a tocar la batería junto a Pearl Jam, en su primera visita en Los Angeles, en un show en Cathouse. Bebimos mucho esa noche pero creo que tocamos una canción de Dead Boys.
Cuando Alice in Chains dio su primer recital en LA -en el Palladium-, ‘Man in a Box’ era un hit, y me invitaron a tocar una canción con ellos. Estuvo bárbaro! Después del show, invité a toda la banda y a un par de colgados que estaban con ellos, a mi casa, para un festejo after-show…. que duro 3 días.
Pero ahora, que estaba de vuelta en casa luego del tour, algunos años después, me sentía más enfermo que nunca: mis manos y pies sangraban, tenia hemorragias nasales constantemente, úlceras sangrantes en el cuerpo. Defecaba con sangre. La casa estaba bañada de los fétidos efluvios de mi arruinado cuerpo. Tuve que llamar al manager para decirle que no íbamos a poder ir a Australia.
Había comprado una casa en ese momento -una casa de ensueños, sobre el Lago Washington- y podía sentir su fuerza. La había comprado, unos años antes, sin haber visto el paisaje, en un vecindario donde solía ir a robar autos y botes cuando era chico. En el interín, casi no había tenido la oportunidad de habitarla, debido a la extensa gira de UYI. Pensé que seria el lugar ideal para intentar recuperarme, relajarme y recargar mis energías.
El 31 de Marzo de 1994, fui al Aeropuerto de Los Angeles (LAX) a tomar un avión a Seattle. Kurt Cobain estaba esperando para abordar el mismo avión. Empezamos a charlar. Kurt se había escapado de un centro de rehabilitación. Los dos estábamos destruidos. Nos sentamos uno al lado del otro en el avión, durante todo el viaje, pero no hurgamos en ciertos temas. Yo estaba en mi propio infierno, él, en el suyo y ambos parecíamos entender eso.
Cuando aterrizamos y fuimos a buscar el equipaje, pensé en invitarlo a mi casa; me dio la sensación que esa noche se iba a sentir solo y no iba a tener a nadie que lo acompañara. Yo estaba igual. Pero la gente empezó a amontonarse allí: Yo formaba parte de una gran banda de rock; él formaba parte de una gran banda de rock; nos protegimos mutuamente cuando la gente se acercó. Perdí el hilo de pensamiento, por un momento y Kurt se escabulló hacia la limousine que lo estaba esperando.
Cuando llegué a la puerta de mi casa en Seattle, me pare un instante y miré al techo. Cuando la había comprado, el techo era viejo y había goteras y había mandado a que arreglaran las maderas que estaban sueltas. El nuevo techo debía durar 25 años, y recordándolo hoy, me pareció gracioso: Ese techo duraría más que yo. Así y todo, el poder habitar esa casa me hizo sentir que había realizado un sueño.
Pocos días después, mi manager me llamó para decirme que Kurt Cobain había sido hallado muerto en su casa en Seattle, de un tiro en la cabeza. Me avergüenza decir que al oír la noticia me quede duro. No tomé el teléfono para contactar al resto de los músicos de Nirvana, Dave Grohl y Kris Novoselic. Pensé que no tenia sentido dar mis condolencias -un par de años antes, había tenido una pelea con Kris en el backstage de los MTV VMA, donde Guns n Roses y Nirvana debían presentarse en vivo. Perdí los estribos cuando creí escuchar a alguien del staff de Nirvana hablar con desprecio de mi banda. Obnubilado por el alcohol, me le fui encima a Kris. Kim Warnick (Fastbacks -la primera banda real en la que toque cuando era chico, en Seattle) me llamo al día siguiente y me retó. Había caído muy bajo. Ahora, sentía que caía más bajo aún, al mirar el teléfono y no ser capaz de llamar para disculparme por aquel incidente y darle el pésame por la gran perdida a él y a Dave.
La muerte de Kurt no cambió en nada la manera en que yo lidiaba con mis miserias. Simplemente, no lidiaba con ellas… hasta que un mes más tarde, la mañana del 10 de mayo, me desperté en mi nueva cama, con agudos dolores de estomago. El dolor no era algo nuevo para mi; tampoco lo era el malestar que provocaba todo lo que no funcionaba correctamente en mi cuerpo. Pero esto era diferente. Muchísimo dolor -como si alguien estuviera clavándote un cuchillo sin filo y revolviéndolo en las tripas- tan intenso que no llegué al borde de la cama a tomar el teléfono y llamar al 911. Estaba paralizado de dolor y miedo, llorando.
Ahí estaba yo, desnudo en mi cama, en la casa de mis sueños, una casa que había comprado con la esperanza de -algún día- formar mi familia allí.
Me quedé recostado un rato (pero a mi, me pareció una eternidad). El silencio era tan grande como mis callados quejidos. Nunca en mi vida había querido que alguien me matase, pero el dolor era tan terrible que solo deseaba morir y acabar con ese sufrimiento.
Luego, escuché que Andy, mi mejor amigo de la infancia, entró por la puerta de atrás. Dijo: ‘Hey! Como va?!’ -tal como lo hacía desde que éramos chicos-. ‘Andy estoy acá arriba’ quise responder, pero no pude. Lo escuché subir las escaleras -debía haber visto mi billetera en la cocina- y recorrer el pasillo.
«Ah, carajo! al final, sucedió» dijo cuando llego a mi habitación
Agradecí que mi amigo estuviera ahí. Me aliviaba pensar que moriría frente a Andy. Pero él tenia otra idea: Me envolvió en unas mantas y empezó a intentar moverme. Debe haber tenido un pico de adrenalina -de lo contrario, de ninguna manera, Andy podría haber arrastrado mis 95 kilos de peso muerto-. Mientras me llevaba por las escaleras hasta su auto, las puntadas de mis intestinos se extendieron a mis cuadriceps y a la espalda baja. Deseé morir.
Andy me llevo a la casa de mi doctor (desde que era pequeño) que quedaba a dos cuadras de distancia. Aunque el Dr. Brad Thomas había sido mi médico de cabecera desde siempre, había dejado de verlo desde que me había transformado en un alcohólico empedernido.
El Dr. Thomas y Andy, entre los dos, me llevaron hasta el consultorio del primer piso. Escuché que comentaban mi estado cuando sentí un pinchazo: Demerol. Nada. Otra dosis de Demerol. Nada. El dolor no cesaba. Una más. Nada. El dolor se expandía y empecé a entrar en pánico. Me quejé hasta que todo se puso negro.
Decidieron llevarme de urgencia a la sala de emergencias del Northwest Hospital. El doctor Thomas le dijo a Andy que me llevara con el auto porque sería más rápido que esperar una ambulancia. Andy condujo lo más rápido que pudo, tratando de que el auto no se balancease demasiado, ya que cada movimiento del auto, aumentaba mi malestar.
Mientras me conectaban un suero con morfina en el brazo izquierdo, los médicos me hacían preguntas que yo no podía responder.
«Nombre?». «Dirección?». Andy las respondió por mi.
«Cuanto acostumbra a beber?»
«Consume drogas?»
Yo solo llorisqueaba.
Estaba mudo del dolor. La morfina no estaba funcionando como sabía que debería hacerlo. Sabía algo sobre los opiáceos, a esa altura de mi vida; conocía la sensación de calor que brindaban, pero en este caso, no sentía nada de eso.
Luego me llevaron a una habitación compartida; al lado mío había un tipo en una camilla. El movimiento me hacia retorcer de dolor; casi en agonía.
«Me quebré la espalda» dijo el tipo de la cama de al lado. «Y me alegro de no tener lo que sea que tienes tu»

El Dr. Thomas y un técnico me hicieron una resonancia y ví que se puso pálido. Mi páncreas, aparentemente hinchado como una pelota de futbol por el alcohol, había explotado. Tenia quemaduras internas de tercer grado por las enzimas digestivas liberadas por el páncreas dañado. Solo el interior de unas pocas partes del tracto digestivo pueden soportar las enzimas; el exterior de los órganos y los músculos del estómago no tienen esa característica y el tejido resulta quemado por las enzimas.

Un cirujanos con unos gruesos anteojos me explicó cómo seria la operación: tenían que cortar la parte superior del páncreas -extraerla; suturarme y luego, tendría que dializarme por el resto de mis días.
De pronto entendí la suplica de los abatidos, en la antigüedad; esos que quedaban vivos después de ser atravesados por una espada oxidada o quemados con aceite hirviendo. Yo estuve ahí, lo viví, experimenté ese dolor.

Junté todas mis fuerzas para lograr susurrarle al médico de emergencias: «Máteme». Le supliqué una y otra vez. «Por favor, máteme. Quiero que me mate. Máteme. Por favor. “
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